Polybius – parte 2

20 Feb

Así pues me presenté en el domicilio del señor Lillman enfundado en una gabardina marrón y con el sempiterno maletín colgándome del brazo. Llamé al timbre sin demorarme. Al poco apareció tras ella el señor Lillman.

-Gracias por presentarse. Pase conmigo a la habitación. Allí espera Lewis.

Fruncí el ceño ante el nombre, que no me era familiar. El señor Lillman se percató de inmediato.

-Mi hijo.

-Comprendo.

Mi anfitrión me guió hasta una estancia oscura y en deplorable estado. El papel de las paredes colgaba desgarrado sobre un suelo húmedo tapizado con restos de comida. Arrugué la nariz al notar el olor a heces.

-Limpiamos todos los días. -comentó el señor Lillman, interpretando mi gesto- Pero mi hijo siempre se las apaña para ensuciarlo todo nuevamente. Es muy preocupante.

Corroboré su disquisición asintiendo con la cabeza y me dispuse a escrudiñar entre las sombras del cuarto buscando al joven Lillman. Le identifiqué como el bulto en movimiento que se escurría entre las sábanas, al que me acerqué con paso firme y calmado.

-¿Lewis? ¿Cómo te encuentras?

Lewis se asomó desde la seguridad de su edredón. Temblaba violentamente.

-No pasa nada. Relájate. He venido a examinarte.

Lewis mantuvo sin embargo su postura tensa, que me recordó a la de un gato preparado para atacar en cualquier momento. Al fin, pronunció unas enigmáticas palabras.

No pienses. Confórmate. Suicídate.

Acto seguido, todo su cuerpo se convulsionó en un espasmo. El señor Lillman y yo reaccionamos instintivamente y nos miramos mutuamente. Nuevos espasmos repetitivos azotaban al joven.

-¡¿Qué le pasa?! ¡Haga algo!

-¡Es una crisis epiléptica! ¡Ayúdeme a sujetarlo! ¡Vigile que no se muerda la lengua!

Tras un rato de forcejeo, logramos reducir al joven y cesaron sus movimientos. Me cercioré de que el ataque había pasado antes de liberar sus brazos. Lewis permanecía inconsciente. Aproveché la situación para realizar el chequeo médico.

-Ninguna anormalidad en su cuerpo. Su estado físico es excelente, aunque le convendría una ducha.

-¿Y la crisis de antes? ¡¿Qué le pasa?!

-Cálmese. Necesito que me responda a algunas preguntas concretas.

El señor Lillman respiró profundamente, relajando cada músculo de su cuerpo. Pronto recuperó su compostura habitual de negociante.

-Disculpe mis modales. Espero que comprenda que el aprecio que tengo a mi hijo es incalculable, y en una situación tan extrema, es normal que uno pierda los nervios. ¿Qué necesita saber?

-¿Ha tenido alguna otra crisis?

-No, ninguna. Mi mujer y yo nos turnamos para vigilarle constantemente. Es imposible que se nos escape un solo movimiento de Lewis.

Tome rápidas notas en un viejo bloc junto a los parámetros vitales del enfermo durante el chequeo.

-Entiendo. ¿Cuándo comenzó su extraño comportamiento?

-Hace tres días. Su amigo Nathaniel Hawthorne le trajo a casa desde la biblioteca donde estudiaban juntos. Dijo que se había desmayado en mitad de la lectura, y lo llevó a rastras hasta aquí. Cuando despertó, Lewis ya estaba actuando así.

Apunté el nombre de Hawthorne y recuadré el lapso de tiempo.

-¿Sabe si Lewis ha visitado últimamente un cine, o ha pasado muchas horas delante de un televisor?

-Hace más de un año que no va a un cine, que yo sepa; y la caja tonta está terminantemente prohibida en mi casa. Esas cosas sólo pudren la mente y matan las neuronas. Una vez  descubrí a Lewis jugando en unos recreativos. ¡Imagínese que vergüenza!  El heredero de mi gran fortuna perdiendo el tiempo en cosas de niños.

Taché de una lista de posibles causas la televisión. Tampoco me constaba que su fortuna fuese demasiado abundante.

-¿Alguna otra observación que le parezca significante?

-No, ninguna. ¿Qué padece mi hijo, doctor?

-Mi diagnóstico es que acabamos de asistir a un ataque de epilepsia idiopática, que puede repetirse eventualmente.

-¿Qué significa idiopática?

-Es una manera elegante de decir que no tengo la menor idea de la causa. Vigile a su hijo continuamente, y tal vez sería recomendable llamar a un psiquiatra.

-Por encima de mi cadáver. No voy a escuchar las inconsistencias de un charlatán que dice saberlo todo.

-En cualquier caso, no dude en llamarme si cualquier cosa ocurre. ¿Puede darme un teléfono? Creo que no lo tengo apuntado de otras visitas.

-Claro. Tome nota. -Escribí rápidamente el número que me dictó, junto con una nota con el nombre de Lewis Lillman.

Un súbito gemido llamó nuestra atención. Lewis abrió a duras penas los ojos y susurro una palabra helada que reconocí al instante.

Sinneslöschen.

Cuando tenía apenas 17 años y aún miraba con grandes ojos la ciencia psicoanalista, un deseo juvenil de leer al maestro Freud en su idioma materno me llevó a estudiar arduamente alemán. Más tarde abandoné la psiquiatría por la patología médica, mucho más general y, según mi padre, lucrativa; por lo que el alemán quedo relegado a una habilidad secundaria, reservada únicamente para los raros casos en que un turista germano me preguntaba alguna dirección. Pero a pesar de mi falta de práctica la palabra fue identificada y traducida por mi mente inmediatamente. Sinneslöschen. Perdida de los sentidos.

Lewis perdió otra vez la consciencia, si es que en algún momento la había recuperado.

-¿No puede hacer nada más por mi hijo?

-Puedo recetarle algún anticonvulsivo, pero antes querría comprobar algunos viejos libros de medicina. Son fármacos bastante fuertes; deseo estar seguro de lo que estoy haciendo.

-Muchas gracias por su ayuda. Le pagaré cuanto me indique.

-No se preocupe. Cobraré cuando haya terminado el trabajo o ya no pueda hacer nada. Ha sido un placer, señor Lillman.

-Buenas noches.

Una respuesta to “Polybius – parte 2”

  1. jaime13lzq febrero 22, 2012 a 5:22 pm #

    ¡Por fin comenzamos a vislumbrar el nudo de la historia!
    Y como no, con mención a Freud.

Deja un comentario